La encrucijada

Adriel se acercó al poste, poco más que un palo algo torcido, entrecerró los ojos y leyó en voz alta la recargada caligrafía llena de florituras.

—Etheos, al sur; Vartiam, al este y Fayrd, al oeste.

Nunca había oído hablar de las dos últimas, debía tratarse de dos pequeños pueblos o quizá villas, con un poco de suerte. ¿Qué elegir? En el fondo daba igual. Echó la vista atrás, el ardiente sol del verano lucía en su cenit arrancando ondulaciones de la opresiva atmósfera. Se quitó el sombrero de ala ancha y comprobó que la larga pluma de faisán que lo adornaba seguía en su sitio, después se pasó la mano por el cuello, sudoroso y dolorido tras tantos kilómetros de marcha, tantos que había perdido la cuenta.

Observó de nuevo el cartel. Decisiones, todo se reducía a eso, una elección tan simple como qué camino seguir y aun así podía cambiar toda tu vida en un instante. El destino se le antojó tan estúpido y banal.

<<¿Qué demonios?>>, pensó, y sacó un sactar de una pequeña bolsa de cuero atada al cinto. Jugueteó con la moneda de oro, pasándola de un dedo a otro. Después la lanzó al aire con todas sus fuerzas, la moneda voló en un vertiginoso e ingrávido baile de giros y vueltas, arrancó un destello cuando alcanzó el culmen y cayó a toda velocidad. Adriel la recogió en pleno vuelo y, con un sonoro golpe, la plantó sobre el dorso de la mano. El destino resumido en un caos de posibilidades. Retiró la mano, cruz. Etheos. Reanudó su periplo al tiempo que sus botas polvorientas levantaron una nube de tierra.

No hubo recorrido ni un par de kilómetros cuando un grupo de enmascarados salieron a su paso, pronto se vio superado en número y con pocas posibilidades de ganar, o eso debieron pensar sus atacantes. Todos, como guiados por una sola mente, desenfundaron sus armas al unísono. Adriel no supo si eran simples rufianes o asesinos contratados, desde luego enemigos que quisieran verle muerto no le faltaban.

Sin mediar palabra, uno de ellos se abalanzó sobre Adriel, este desvió el ataque de un manotazo y desenfundando su estilete le atravesó el cuello. Acto seguido empuñó su florete y observó de reojo al resto de asaltantes. Quedaban cinco. Se puso en guardia, flexionando ambas piernas y adoptando una postura refinada, en sus manos el arma parecía una aguja, amenazadora. Ahora se enfrentaba a una ofensiva combinada, dos malhechores blandieron sus armas con aviesas intenciones. El primer ataque fue directo a la yugular, pero con una grácil floritura, Adriel paró el golpe y le propinó un rodillazo en la entrepierna, justo a tiempo para hacer frente al segundo agresor, que intentó acuchillarle en el vientre. Adriel, con rapidez inusitada pateó al tipo en la muñeca haciéndole perder el arma y acto seguido le propinó una estocada en plena cara. Tres más y podría seguir con su camino.

El cada vez más escuálido grupo de asesinos compartió miradas de preocupación, como si aquel resultado fuera del todo inesperado.

—¿Eso es todo? ¿No irán vuestras mercedes a desistir de su empeño por tan insignificante contratiempo? —preguntó Adriel con tono muy educado mientras señalaba a sus compañeros caídos. Más miradas, esta vez furibundas.

Apenas había tenido tiempo de lamentar su ficticia decisión, aunque todavía quedaba mucho día por delante.