El Tejesueños

El Tejesueños extendió sus dedos y agarró con delicadeza las hebras de sueño que, invisibles hasta ese momento, cobraron consistencia y emitieron un destello. Eran miles, y se extendían por Diménsia, su mundo. Trazó un arco con su mano y las hebras cambiaron de color. Rojo vivo. Con paciencia fue enlazándolas entre sí, creando una trenza etérea. En su cabeza imaginaba el resultado con todo lujo de detalles. Los filamentos tomaron forma conforme el Tejesueños movía con habilidad los dedos. Primero una masa amorfa que creció y creció mientras el intrincado diseño de hilos se apretaba, unos con otros. Después brotó tierra, piedras y arena, que se unieron. El proceso incrementó la velocidad y se alzó en el perfecto cielo estrellado creando una majestuosa montaña de recias formas.
Cerró los ojos y, tan solo con el meñique, jugueteó con dos delgadas hebras, las más finas, que empezaron a palpitar. Su tonalidad cambió a un verde turquesa. Con un leve siseo se desvanecieron y un riachuelo se materializó recorriendo la cumbre. Sonrió, satisfecho. Diménsia era un lugar perfecto, único. Y era suyo. Sus dominios, su creación. Una realidad etérea que regía como un arquitecto de sueños. Profundos valles, bosques crepusculares y océanos misteriosos. Una construcción tan hermosa como meticulosa. Un paraíso. Allí encontró por fin la felicidad. Felicidad. Paladeó las sílabas. Muchos conocían la palabra, el vivía la esencia misma.
Una suave perturbación hizo temblar toda su obra. Fue muy leve, pero perceptible para él. Asió una hebra entre el dedo índice y pulgar. Ahí estaba de nuevo, y no venía de Diménsia, sino de más allá, de El Exterior. Pero sabía que El Exterior era aterrador, allí estaba La Pesadilla, acechando en cada oscuro rincón, en cada hebra de sueño negro. Aquí tenía poder: poder para soñar, para imaginar, y lo más importante, tenía poder para crear. No, definitivamente no se le había perdido nada allí fuera.
Siguió enfrascado en su interminable trabajo. Otra vez, la vibración. Insistente, casi obstinada. Tocaba todas las fibras del Tejesueños, parecía llamarle. Un grito de ayuda o quizá una trampa, un ardid de La Pesadilla para hacerle salir… Pero ¿y si no era así? ¿Y si alguien estaba en peligro? Solo en la vasta negrura del vacío, entre una infinidad de hebras de sueño negro. Atrapado, tirando de ellas y desconocedor de que la maldad de La Pesadilla lo observaba. Como una araña que descansa en su red de seda, acechando a su incauta presa. Un escalofrío recorrió la esencia del Tejesueños e hizo que todo su mundo se tiñera de un azul profundo. Tristeza ¿Estaba en sus manos ayudar a aquel desconocido e incauto viajero?
Dejó de trenzar ilusiones y miró el cielo. Más allá de las estrellas distinguía el entramado de hebras que conformaba su existencia. Bellas, pulcras. Debía averiguar que pasaba. Encaminó sus pasos hacia la Frontera de Bruma, y se plantó frente a las Puertas Oníricas. Listo para marchar, una vez más, a El Exterior; donde moraba La Pesadilla.